Zoé, el quinteto de rock de la ciudad de México, festejó con sus fans
su décimo aniversario, en un concierto en el Palacio de los Deportes,
donde a pesar de la pésima acústica, el público se entregó, brincó y se
estremeció con 25 canciones de soledad, amor, de ya no me castigues ni
me destruyas; con letras sin metáfora, directas, que son entendidas por
quienes compran sus discos, sobre todo los adolescentes.

La fila de canciones llegó con retraso y casi a las 21:30 horas se
apagaron las luces del domo de cobre. Una gritería que lastimaba los
tímpanos ocurrió. Es la generación del celular en mano. Al aparecer el
conjunto, miles de manos levantaron su móvil para captar las imágenes
del recuerdo y que se enviarán unos a otros.

En dos pantallas
pequeñas se proyectó una secuencia de imágenes fotográficas de Zoé,
desde sus inicios, cuando hacían música sólo por hacerla y con muchos
sueños. Los asistentes a la tocada aplaudieron cada foto que
sintetizaba el tiempo y el espacio de un grupo que tardó, pero que
llegó a la fama.

Pocos grupos de rock mexicano llegan a dar un
concierto en un foro como el Palacio de los Deportes. Algunos con mucha
trayectoria y discos sólo logran presentaciones en espacios pequeños.
Zoé ya logró esa meta. Sus influencias abarcan de Los Beatles a
Placebo, The Cure y Stone Roses.

Comenzaron con Memo Rex,
cuyos primeros acordes levantaron a los muchachos de sus asientos. Luz
y sonido van en armonía, pero la voz de León Larregui se junta con un
estruendo, un marasmo de sonidos huecos, sordos. La ecualización
defectuosa dificultó la comprensión de las letras y el recurso de
Larregui al usar un altavoz aumentó el problema.

Hubo muchos tintes electrónicos elegantes que Larregui acorrientó al gritar con el altavoz: “¡hay tamales, tamales calientitos!”

Vinyl incrementó la prendidez del momento. Vía láctea
unió a todos en el ritmo y los efectos de la guitarra de Sergio Acosta,
el bajo de Angel Mosqueda, los teclados de Jesús Báez y la batería de
Rodrigo Guardiola.

Entre el público más próximo al escenario se
alzó una bandera nacional, que exhibe el orgullo de tener un grupo de
rock mexicano que la está haciendo bien.

Arturo Cruz Bárcenas / La Jornada