(crítica) Sangre de flamenco y blues

VÍCTOR GUILLOT MONROY

La sangre llama a la sangre. Y el viernes se escucharon los ecos de la de Raimundo Amador y su familia, todo un clan subido al escenario, tocando palmas, llorando y bailando alrededor de la candela que emanaba su guitarra.



Raimundo Amador, «el sargento Platillo» . Todos saben que hace veinte años, cuando los perros aún pasaban hambre, Raimundo rasgaba las cuerdas de su guitarra por las esquinas de Sevilla hasta romper los amaneceres de Triana por unos duros, un taxi y el bocata. Mucha hambre. «Raimundo, ¡viva tu pare!», grita un gitano en el concierto. «Muchas gracias, Gijón».

Carmencita Amador, gitanísima y rubia, «que cantas que da gloria, Carmen», se oía entre el público, «Ay, José, yo te canto Camarón, yo canto pa que tú cantes y me alegres el corazón». Sobre el cajón, golpeaba el niño de Raimundo, Luis Amador, y a otra guitarra le daba el sobrino, Luis Tejón Amador.

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