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Fragmento de la entrevista que Ciro Gomez Leyva le hizo a Carlos Ahumada en el reclusorio.
…En la mesita de plástico, en el centro de la celda de Carlos Ahumada, hay fotocopias de artículos periodísticos subrayados en amarillo. Ahumada localiza el que, según él, refleja quizá mejor que ninguno el espíritu de lo que le ha ocurrido desde el 3 de marzo. Señala un párrafo donde se cuestiona a las autoridades del Reclusorio Norte por haber autorizado que reporteros disfrazados de custodios lo vieran y tomaran fotos mientras se desnudaba y ponía el uniforme de interno la noche que llegó al penal. Leo: “Si los derechos humanos son de Ahumada, no valen. El momento es sobrecogedor por la vulnerabilidad del consignado en un momento que debería ser privado. A eso los reos tienen derecho. ¿O debemos enterarnos que la trusa le queda grande?” El título del artículo es “Saña”. Se publicó en MILENIO Diario el domingo 2 de mayo. El autor es Carlos Puig.
–La verdad, casi no conocí a Carlos en El Independiente –habla otra vez Ahumada, peleando contra las lágrimas–. Lo vi creo que dos veces. Le voy a mandar una carta para darle las gracias. Ya se la debería haber mandado, pero… –baja la vista 20, 30 segundos–. Es uno de los pocos periodistas que, en mi caso, han tenido una posición objetiva, honesta, profesional… Dile que le voy a mandar una carta.
Vuelve a hacer una pausa. No quiere que lo vea llorar. Se levanta, da dos pasos, va al retrete. Aprovecho para salir al pasillo. Le pido un cigarro a su cuñada Beatriz Gurza. Me gana el prurito, pero así esté a sólo a tres pasos de distancia, no voy a fumar en la celda de un hombre que no fuma y se la ha pasado tosiendo. Dos personajes vestidos de civil, a metro y medio de donde fumamos, me revisan con mirada profesional, sacan sus palms y escriben con el lapicito.
–Esos cuates apuntan todo, ¿verdad? –le pregunto a un recuperado Ahumada.
–Es la gente de Martí Batres, la policía política, anotan todo. Es una violación a mis derechos, pero ¿tú crees que a Andrés Manuel le moleste que tenga yo aquí dos policías políticos de tiempo completo?
Le pregunto que cómo sabe que es gente de Martí. Se levanta, busca en unas carpetas y regresa con la fotocopia de un acta sellada y firmada por el actuario judicial Ricardo Chávez Jorge. El actuario judicial hace constar: “(…) procedo a trasladarme a la celda seis, la cual se encuentra abierta, y en ella se encuentran dos sujetos del sexo masculino a quienes les hago saber el motivo de mi presencia, expresando el primero de ellos que responde al nombre de Jaime Enríquez Pacheco, quien trabaja para la Secretaría de Gobierno del Distrito Federal, y el segundo de ellos se niega a proporcionar la información solicitada (…)”. Y luego da detalles. Por ejemplo, que visten de civil.
–Les hiciste mucho daño, Carlos.
–Demostré cómo me extorsionaban y Andrés Manuel demostró cuál es su verdadera personalidad: mesiánica, intolerante, vengativa.
–Hubo un fraude en la Gustavo A. Madero.
–No es cierto. Lo que tienen es una averiguación efectuada al vapor. Nunca se da el elemento de engaño para que se dé el tipo de fraude genérico del que me acusan. Por qué crees que no ha aparecido Gustavo Ponce por ninguna parte. Los funcionarios públicos involucrados no actuaron por engaño, actuaron por órdenes de Ponce. Y si alguien estaría en condiciones de ratificar mi dicho es, precisamente, Ponce. Pero Ponce no aparece. No es casual que ya nos hayan otorgado el amparo de la justicia federal porque no encontraron elementos de responsabilidad de mi parte, porque no hay testigos que me incriminen, porque no está demostrado en qué momento fueron engañados los funcionarios.
–Está lo de Tláhuac.
–¡Conoces el expediente! –se aviva–. ¡Un supuesto fraude por 2 millones 98 mil pesos! Ya teníamos todas las pruebas de descargo, las íbamos a presentar. ¿Y sabes que me dijo un empleado del primer juzgado, 48 horas antes de que venciera el término para determinar mi situación jurídica?
–¿Qué?
–Que las presentara cuando quisiera, al fin que ya me iban a dictar el auto de formal prisión. ¡Me lo dijo 48 horas antes! Por ese hecho ya presenté una queja ante el Consejo de la Judicatura y la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. ¿Y sabes en dónde está el supuesto delito? En que nos pagaron unos materiales y ahora dicen que no los entregamos en su totalidad, cuando fueron las propias personas de la delegación las que nos dijeron que no podían recibir todo porque en sus bodegas no había espacio para almacenarlos. ¿Fraude? ¿Dolo? Yo ni sabía. ¡Qué iba a saber yo si habían entregado el cemento de Tláhuac! En todo caso, en todo caso, habría un incumplimiento civil, o mercantil, pero jamás un fraude. Por eso en lo de Tláhuac vamos a obtener también el amparo. Pero me van a inventar otra acusación, y otra, y aquí me van a tener. ¿Metió Andrés Manuel a la cárcel al constructor del Distribuidor Vial cuando se le cayó la ballena que mató a un trabajador? ¿Exagero cuando digo que soy un preso político, que esto es una venganza?
Busca unos papeles en la mesa. Lee: “Estoy formalmente preso porque se dice que cometí esos dos fraudes, sin que en la actualidad existan todavía sentencias definitivas que así lo declaren y lo reconozcan, y que con el producto de esos fraudes lavé dinero y cometí nuevos delitos”.
–¿Qué vas a hacer con los videos?
–Mientras esté aquí sería un suicidio darlos a conocer.
–Ya te medio suicidaste una vez.
–Nada más que ahora estoy en la cárcel. Dicen que estoy paranoico. Bátiz se burla de mí, dice que yo pido que me pongan el chaleco antibalas cuando salgo a la rejilla, cuando son ellos los que me obligan a ponérmelo. ¿Te imaginas si me enfermo, si me llevan a uno de sus hospitales? ¿Que me inyecten sangre con sida o hepatitis C? El médico sería de ellos, el acta sería de ellos, el forense sería de ellos. ¿Paranoia? No puedo hablar con otros internos, no puedo tener radio ni televisión. Cuando publiques esto van a venir represalias, me van a condicionar las visitas.
–Te protege la ley, tienes intactos tus derechos de expresión.
–Vas a ver.
–Si me das una carta en la que me autorizas una entrevista, Alejandro Encinas, o el señor Cárdenas San Martín no se podrán oponer. Dame la carta y hacemos una entrevista para televisión, y contamos lo que esta vez no voy a poder contar.
–Yo te la mando. Pero te apuesto a que no te van a dar permiso.
Nos damos un abrazo. Y al igual que hace dos horas, no quiere levantar la vista. Los ojos están puestos en el piso de su celda de doce metros cuadrados. “Gracias por venir, muchas gracias”, se despide. A un par de metros, me espera uno de los imponentes policías vestidos de negro. Me anuncia que antes de salir, tengo que ir a la dirección, que hay un problema con mi pase de ingreso, o de acceso. Caminamos cinco minutos en medio de los internos que buscan una propina.
Me reciben el director del Reclusorio Norte, Armando Méndez, y otras cuatro personas, que se presentan como directores y subdirectores jurídicos, qué sé yo; directores técnicos, jefes de seguridad. Les pido sus tarjetas de presentación, pues no alcanzo a memorizar sus apellidos ni sus cargos. Me dicen que en la cárcel no se usan.
Uno de ellos, el único empeñado en que sienta su poder, pone una fotocopia en la mesa. Me dice que hay una irregularidad en mi pase de entrada. Le digo que es imposible. Me muestra como prueba unos sellos que, por supuesto, no sé descifrar. Me exige que le diga quién me dio el pase falso. Le digo que no tengo la menor idea, que entregué muchas veces mi credencial de elector, siempre a personal de la cárcel, pero que si hay una irregularidad, estoy a su disposición. Cruzo mis muñecas. Me advierten que lo más probable es que me gane una sanción y que nunca pueda volver a visitar a Ahumada. Les respondo que debe tratarse de una broma, que me revisaron con severidad, que yo jamás estuve en control de nada. Me adelantan que si quiero regresar a hacerle una entrevista, lo más probable es que a causa de esta fantasmagórica infracción no lo pueda hacer. “¿Cuál infracción?”, insisto. Me vuelven a mostrar los sellos. Pero se suavizan, dicen que quieren averiguar lo que pasó por seguridad de Ahumada, y para saber si hay personal de ellos “agilizando trámites de visita”. Aunque recalcan que será difícil que pueda regresar, ya como periodista.
–Le quiero decir, señor director, que Carlos Ahumada me va a entregar una carta en la que me autoriza hacerle una entrevista, y que lo pienso entrevistar, aquí, en donde hemos entrevistado varias veces a los internos.
Responde, él sí siempre pulcro, que eso lo determinará un consejo, o un comité. Que ya no hay problema, que me puedo ir.
–Gracias, director. Quiero decirle, también, que Ahumada me autorizó a publicar la conversación que acabamos de tener. Y como no veo ningún delito en ello, como él tiene el mismo derecho de expresión que tenemos usted y yo, voy a publicar la conversación en MILENIO. Mañana. Ojalá pronto, yo u otro periodista, porque a todos nos interesa hacerlo, podamos entrevistarlo con cámaras, grabadoras.
Ciro Gomez Leyva
Milenio Diario