Los infiernos del México nocturno

“Las mujeres más caras cobran como siete mil pesos la hora, son sudamericanas —brasileñas sobre todo—, bellísimas”, asegura Francisco Reséndiz con la pupila encendida, en entrevista a propósito de la publicación de su libro Sexo secreto (Grijalbo 2005) que lleva como subtítulo “Libido y desenfreno”.

El texto empezó siendo un reportaje para Crónica. De ahí partió Francisco para plasmar un retrato al agua fuerte de la realidad que se vive en los sótanos del país. Esto naturalmente con el apoyo de otros periodistas de este mismo diario, como Nancy Escobar y Raymundo Sánchez.

Las puertas del infierno se abren y aparecen la prostitución, los table dance, las sex shops, los sitios web de pornografía, las revistas y las películas tres equis, los contactos por Internet para lograr sexo y los catálogos de sexoservidoras.
“Es la experiencia más intensa de mi vida”, exclama, y acto seguido confiesa: “es muy difícil permanecer ahí, no eres de palo, ves a la gente y lógicamente la libido también se te eleva”.

Entonces da cuenta de cómo comenzó este descenso a los infiernos para escribir Sexo secreto, libro que se parece demasiado en su estructura a la Divina comedia: para empezar en vez de capítulos hay “círculos”. Luego, en el texto de Dante, el poeta Virgilo es el guía del recorrido por estos círculos; y en el libro de Reséndiz existe una Esmeralda (un travesti) que lo conduce por estos territorios.

Pero aclara el periodista: “es muy duro estar ahí y evitar el intercambio sexual, valerte de argucias para entrar a una fiesta donde subastan menores de edad. Es duro colarte a una fiesta de militares homosexuales, sin incorporarte a lo que hacen y al mismo tiempo adoptar el papel de observador”.

Porque no había otra forma de escribir una historia como ésta: “Creo que la mejor forma de presentar al lector una situación de esta naturaleza es narrarla en primera persona”, explica.

Se trata de un reportaje bien llevado, con todas las reglas del periodismo, siempre teniendo presente la máxima que Lionel Calhoum le asesta nada menos que a Hemingway: “Escribir sin trucos”.
Y sin trucos se desarrolla el trabajo sobre este mundo clandestino que nunca duerme y que puede estar al lado de cualquiera de nosotros. Dice Reséndiz que se puede escuchar música en el departamento de enfrente y creer que se trata de una fiesta familiar cuando en realidad puede ser una subasta de niños disfrazada de “fiesta swinger”; infantes que fueron raptados o son de la calle. Tampoco sabemos si la casa de junto en realidad es un cuarto oscuro para la comunidad gay.”

Reséndiz tocó fondo en las cloacas de la sociedad mexicana, aparentemente conservadora, de gesto amable y decente; un mundo que nos devuelve como un espejo el rostro de la violencia, la prostitución, el asesinato, la complicidad.
El reportero de política del diario Crónica reflexiona: “Mira, si yo con los escasos recursos a mi alcance en ocho meses penetré a este territorio, ¿apoco la policía no puede hacerlo? ¿Tú crees que no saben lo que pasa?”.
Quienes controlan todo este submundo no son personas aisladas, son una mafia que actúa en varios países. “Por lo que vi, por lo que sé —dice Reséndiz convencido— no son exclusivamente mexicanos; es gente que tiene contacto con círculos del poder político o del poder judicial, son grupos multinacionales”.
El libro aborda desde la pornografía más común que se puede encontrar en la esquina, “hasta las fiestas de militares de alto rango que son homosexuales”.
Respecto de esto último, Reséndiz refiere que estuvo a punto de sucumbir cuando lo descubrieron en una de esta reuniones con gente de la milicia: “son duros”.

Por eso, confiesa, después que terminó de escribir su libro y de entregarlo a la editorial Grijalbo “tuve cruda moral. Es un sentimiento de impotencia, un desangelamiento tremendo ante todo lo que vi”.
Pero a fin de cuentas, algo que aprendió Francisco “es que hay historias que se deben de contar y esta se cuenta para tratar de evitarlo, para crear conciencia en la gente de lo que está pasando ahí junto a sus narices”.
Finalmente inquirimos, ¿entonces el reportero también tiene que ser un héroe?, “No pero no puedes permanecer impávido ante lo que ves. El libro me deja con un sentimiento de tristeza por los niveles de descomposición que vemos en el ser humano, pero con la esperanza de que esto sirva para que la sociedad tenga conciencia”.
Como menciona Rubén Cortés en el prólogo, “es el inframundo del erotísmo y el desenfreno.”