El robo de la pantalla del 40

Televisión Azteca informó que en la segunda quincena de enero comenzará a transmitir sus programas en la pantalla del canal 40. Lo anunció como si se tratara de algo perfectamente natural. ¿Cómo es posible que esto ocurra? ¿Cómo es posible que se apropie así de una señal que no le pertenece? ¿Cómo es posible que estén pasando estas cosas?

Los voceros y abogados de Ricardo Salinas Pliego repiten en los foros que el camino que han seguido es correcto, pulcro, legal.

Por correcto entienden el cobrarse así un préstamo de 10 millones de dólares, a pesar de que en más de un ocasión se negaron a recibir el pago con jugosos intereses. Por pulcro, el haber corrompido a la dirigencia de un sindicato para que levantara una huelga pervertida y les entregarán las llaves del cuarto de transmisiones. Y por legal, el uso de una concesión y una pantalla ajenas con la sospechosa decisión de un juez en la mano derecha y un amparo en la izquierda que, saben, será revertido en cualquier momento, lo que volverá a colocarlos en el papel que protagonizaron hace tres años, cuando a punta de pistola invadieron las instalaciones de CNI/Canal 40 en el cerro del Chiquihuite: el de plagiarios. Por legal entienden hacer escarnio de la justicia.

Se trata de un robo bendecido por el gobierno. Para la Secretaría de Gobernación, de Carlos Abascal, no hay irregularidad alguna: lo que ha ocurrido y está por ocurrir es perfectamente legítimo, válido, digno de apoyo, plausible. Tampoco para la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, de Pedro Cerisola y Jorge Álvarez Hoth, que en julio bloqueó sin escrúpulos una solución favorable al dueño del 40, Javier Moreno Valle. Ni para la Secretaría del Trabajo, de Francisco Salazar, pese a que sólo uno de cada tres de los empleados del 40 ha recibido el pago por los salarios que se adeudaban cuando estalló la huelga (mintieron los directivos de TV Azteca cuando afirmaron en los medios que le pagarían a todos los empleados, sindicalizados o no). Mucho menos para la Presidencia de la República, de Vicente Fox, Ramón Muñoz y Marta Sahagún, encantada con este panorama de usurpación que les permitirá reportarle un “misión cumplida, señor”, a su amigo Salinas Pliego.

De no haber vivido tan cerca esta historia, de no haber atestiguado tantos episodios con mis propios ojos, pensaría que el reciente capítulo de TV Azteca y el 40 es una alucinación. Desgraciadamente no lo es.

Desde la posición en que viví la firma de los acuerdos en 1998, el experimento de “Azteca 40”, la ruptura en el 2000 y la guerra sin tregua de más de cinco años, confieso estar atónito frente a esta nueva carga de atropello e impunidad. Alarmado de ver a las autoridades y a los personajes públicos comiendo palomitas en sus butacas, observando el robo escena por escena.

¿Cómo es posible que estas cosas estén pasando en nuestro país? ¿Cómo es posible que con verdades a medias y mentiras redondas sobre el respeto a la ley haya gente que se crea el cuento de que, en los próximos días, cuando TV Azteca comience a programar el 40, la legalidad, sensatez y honestidad habrán triunfado en el México del cambio?

Que no quede duda: se trata de un robo, de un atraco televisado.

Columna de Ciro Gómez Leyva en el periodico Milenio.