Secuestradores violaron a Ernestina Sodi

Cuatro años después de
haber sido secuestrada, Ernestina Sodi escribe en el libro Líbranos del Mal, que fue violada y que
uno de sus secuestradores se enamoró de ella.

"Hoy tú vas a ser mía"

-Titi, ¿puedo pasar? – es Romeo, que está borracho
-Titi, quiero hacerte el amor.

Me
paralizo. No puedo contestar nada. Se acerca y me da la toalla para
cubrirme el rostro y salir de la colcha. De inmediato me incorporo pero
sólo puedo decir:

-Salte por favor. Salte del cuarto.

Él me toma del cuello, acercándome a su boca, y me dice:

-Hoy tú vas a ser mía, ¿oíste?

Mi
llanto sale de una manera increíble; simplemente está ahí, justificando
el momento, defendiendo mi integridad, gritando con todos mis
sentimientos que no me haga eso, ¡que no me haga eso!

-Romeo,
¡por favor! ¡No me hagas esto, yo no quiero tener relaciones sexuales
contigo! Esto sería una violación. Yo no quiero nada contigo. Ya tengo
demasiado para que ahora me salgas con esto.

-Escucha – me dice
tomándome del pelo con fuerza-.Toda la banda está sexualmente inquieta
contigo, y tienes que decidir: con todos, o solamente conmigo. Si yo te
hago mía nadie puede meterse contigo porque aquí tenemos normas y una
de ellas es que nadie se mete con la hembra de otro. Tú decides.

Inmediatamente
mi instinto de conservación me dice que tendré que soportarlo; no voy a
soportar una violación multitudinaria. Tengo que serenarme y pensar en
cómo salir sin peligro de lo que, ahora descubro, será inevitable.

Me hinco en la cama, lo abrazo llorando y le digo:

-Romeo,
sólo te pido un favor, ponte un condón porque le tengo mucho miedo al
SIDA, por amor de Dios, ¡no me dañes! Yo no te he hecho ningún daño. Si
solamente quieren nuestro dinero, ¿por qué esto? Esto es maldad, no lo
hagas.

-¿Un condón? Aquí no tengo ningún condón. Está bien,
mañana te preparas porque voy a venir a hacerte mía. De todas maneras
ya estoy cansado. Bueno, mi amor, mañana será nuestra luna de miel.

Se acerca y besa mis labios cerrados. Su saliva sabe salada.

Al
día siguiente Romeo llega a la habitación, decorada y preparada para
una pobre mariposa que ya está sin alas; esa mariposa soy yo con mi
zozobra, bajo la decisión de otro, tratando de sobrevivir en este
estiércol espiritual.

-Bonita, hoy quiero hacerte feliz porque tú me has devuelto a la vida.

Se
acerca. Su aliento huele a pastillas de menta y se ha puesto una loción
que nunca voy a olvidar. Pero el olor de ese cuerpo es un tatuaje que
llevo en mi olfato; si lo oliera nuevamente lo reconocería al
instante… Llega silencioso, como los animales al cazar. Se acerca a
mí en silencio, con ardor, con pena, con fuerza, con, con, con…

Me
venda los ojos dejando afuera el cabello; no se por qué pero Romeo
tiene una fijación con mi cabello: cada vez que lo toca saca un pequeño
peine y lo peina; seguramente siente sosiego al hacerlo. Este enfermo
mental actúa como si estuviera jugando con una muñeca Barbie. Es una
extraña y perturbadora combinación de loco y niño. Me cepilla el
cabello con lentitud con todo el tiempo que tiene, porque yo… bueno,
mi tiempo se ha acabado. Después me recuesta en la cama y me dice:

-Amor,
quiero hacerte la mujer más mujer hoy. Hoy serás muy feliz, porque esa
es mi responsabilidad. Te juro que llegarás a enamorarte de mí.

Mi
cabeza se desquicia con esas palabras. ¿Cómo puede pensar este tipo que
voy a sentir algo agradable hacia él? ¿No entiende que me está violando?

Yo
soy un bulto a la disposición de no sé quién. Este hombre es todos los
hombres; no tiene rostro, puede ser uno o cualquiera, qué sé yo. "Dios
Mío", digo silenciosamente, "¿esto quieres que viva?".

Ernestina Sodi

El primer golpe

Empiezo
a oír pasos que entran y salen del cuarto y cosas que ponen y quitan en
la pared. Me trato de mover y recibo el primer golpe en mi cautiverio.
Veo estrellitas y siento adormecida la cara. Me han pegado en la sien
con la cacha de una pistola con toda la fuerza que pudieron. Es tan
fuerte el golpe que me doy media vuelta tambaleándome para no caerme.
Después me cubren con muchas cobijas y me pegan en todo el cuerpo.
Parecen palos, armas, zapatos. Yo solamente aguanto, y mis lágrimas
silenciosas se secan inmediatamente con los algodones que tengo en los
ojos. Sin embargo, me quedo quieta, no hago ningún ruido, el ruido lo
lleva mi alma. Medio inconsciente o adormecida por el dolor, siento que
me levantan y me recargan en la pared. No existen palabras para
describir lo que siento cuando me encañonan la cabeza y me golpean con
un arma de fuego; bien sé que podría soltarse la bala en cualquier
momento. "Dios mío, no dejes que este sea mi momento de muerte. Te lo
pido Señor mío, te pido que este no sea el día de mi muerte."

De
pronto escucho el disparo de una cámara. Y entiendo lo que acaba de
pasar. Quieren que mi familia vea una Ernestina golpeada, vejada y
desesperada. Mi familia. Mi pobre familia.

Más involucrados

Hay
reglas que no se pueden romper porque equivocarse les puede costar la
vida, y no solamente la de ellos; saben perfectamente bien que, si algo
sucede, sus jefes se irán contra sus familias sin dejar a ningún
miembro vivo. Cada célula tiene una función, pero existe una gran
cabeza a quien nadie conoce que tiene toda la fuerza de mando y
decisión. Creo que ese hombre está absolutamente dentro de la policía o
es funcionario público. Esto lo digo porque siempre repiten que ellos
están protegidos por los buenos y que si nosotras supiéramos quienes de
nuestros gobernantes están involucrados nos asustaríamos.

"No la dejen ir, es mi hermana"

En el libro, Ernestina narra un diálogo que tuvo su hermana Laura Zapata con los secuestradores:

– Vamos a dejar ir a su amiga, ahora la ponemos en marcha y se va.

Mi hermana les contesta:

-¡No! por favor, no la dejen ir, ella no es mi amiga, es mi hermana.

Mi
corazón se para en seco, cuando escucho estas palabras. Y pienso:
"¿Cómo mi hermana no deja que me liberen?" Todo es tan confuso. "Ay,
ay, Dios mío, apiádate de nosotras".

-¿A poco usted es hermana de Laurita y de la Bella?

-Sí, señor.

-¿Cuál es su apellido?

-Me llamo Ernestina Sodi Miranda.

-Tus apellidos son los mismos que los de la Bella.

-Sí, señor.

-Lotería, tenemos dos hermanas. ¡Por supuesto que Ernestina no se va!

Y es así que nos quedamos a vivir lo que tenemos que vivir.